COLUMNAS DEL TERCER MILENIO
  GRAL. FELIPE ÁNGELES RAMÍREZ
 

  

FELIPE ÁNGELES RAMÍREZ

I:.P:.H:. Raúl Contreras Omaña, 33º S:.N:.

VV:. Y CC:. Del Estado de Hidalgo



 


 

“Historia” es una de esas palabras que a los hombres nos quedan grandes. Es un concepto que, después de ver la luz, se liberó de nuestras manos y creció en forma desbocada durante cientos de años hasta convertirse en el gigante indescifrable de todas las épocas, en la musa prohibida que esconde en su seno todos los secretos del pasado, y en la clave misteriosa para conocer las maravillas de nuestro devenir.

 

La historia es tan caprichosa como el mismo ser humano. Ya el filósofo Karl Popper dijo que “la historia, como todos los sucesos sociales, es cambiante, y que las cosas cambiantes se resisten a toda descripción racional.” Y si los grupos humanos sólo pueden ser conocidos a través de su historia, invariablemente dependeremos de la visión del vencedor, de las versiones oficiales –que son tan volubles como impredecibles-, o de las opiniones personales inevitablemente dirigidas por pasiones y emociones, para aproximarnos lo más posible a la verdad. “Las uniformidades sociales son muy diferentes de las ciencias naturales. Cambian de un periodo histórico a otro, y es la actividad humana la fuerza que las cambia”. Además, la historia como herramienta de poder siempre ha sido manipulada y controlada por el hombre mismo, de acuerdo con los intereses prevalecientes en una época determinada. (mencionar la historia de la destrucción de los libros, y el ejemplo de George Orwell en 1984)

 

Basándome en lo anterior, debo darles tres advertencias. Primera: no existe la justicia absoluta de la historia. Lograr la verdadera imparcialidad en el análisis de las obras de un hombre es una tarea tan riesgosa que se antoja propia de un ser ultraterreno, y al consultar los textos biográficos disponibles por supuesto estaremos en riesgo de inclinar nuestra balanza hacia donde nuestros cronistas nos impulsen a hacerlo.

 

Segunda: esto no es un poema épico. No estamos aquí para escribir un cantar homérico de batallas y semidioses. No es la divinificación del monumento, ni mucho menos de la carne que le dio sustento. Lo que hoy vengo a compartir con ustedes no es más que un recuerdo tardío con intentos de sinceridad, un comentario breve sobre la vida de un militar mexicano que trata de apegarse lo más posible a la veracidad. Consideremos que las verdades del pasado permanecen ocultas incluso para los historiadores más entregados: siempre tendríamos que haber estado ahí.

 

Y la advertencia más importante de todas: esta es la visión que un servidor tiene de Felipe Ángeles Ramírez, a quien considero un Héroe Nacional. Parece obvio mencionarlo, pero a quien hoy pretenda escuchar un intento de desacralizar, destruir o volver demasiado humana una figura histórica –como parece ser la tendencia de múltiples ensayos y novelas publicadas en años recientes— temo decirle que no lo encontrará.

 

La creencia inicial decía que nuestro General había nacido en Molango; tan es así que las tropas carrancistas destruyeron dicha población a su paso por nuestro estado en señal de encono. Más, contrario a lo que se pensó durante mucho tiempo, ahora se cuenta con evidencia de que Felipe Ángeles Ramírez nació en Zacualtipán, Hidalgo, el 13 de Junio de 1868. Hijo del Coronel Felipe Ángeles Melo - militar que combatió contra los estadounidenses en 1847 y contra los franceses en 1862- y de Doña Juana Ramírez, quienes se cree vivían en unión libre, ya que registraron a su hijo como “hijo natural” y no como “hijo legítimo”.

 

En 1881 ingresó al Instituto Literario y Escuela de Artes y Oficios de Pachuca, Hidalgo, y dos años después, en 1883, fue becado por el gobierno de Porfirio Díaz para ingresar al Heroico Colegio Militar de Chapultepec. Contaba entonces con quince años de edad.

Su ascenso dentro del Colegio fue rápido y lleno de reconocimientos, distinguiéndose como estudiante brillante y compañero leal, e incluso llegando a tener a su cargo la cátedra de mecánica analítica siendo aún estudiante. En los siguientes años se encargaría del estudio y las reformas de materiales de guerra, de la elaboración de pólvora sin humo, y de las cátedras de matemáticas, balística interior y exterior y práctica de tiro. Escribió varios textos sobre balística y artillería, como su “Formulario de las velocidades y presiones en las armas de fuego” y su “Arreglo del tiro de artillería”.

 

Entre 1901 y 1905 viajó a Francia y a Estados Unidos para inspeccionar materiales de guerra, y en 1908 el gobierno mexicano le otorgó la Cruz de Honor. Posteriormente regresaría a Francia, donde permanecería de 1909 a 1911, perfeccionando sus conocimientos de artillería. Fue tal su desempeño que el gobierno francés lo distinguió con la Condecoración de Caballero de la Legión de Honor. Fue a finales de diciembre de 1911 cuando el entonces presidente Francisco I. Madero lo mandó llamar. Es aquí donde verdaderamente comienza su leyenda.

 

“Para ningún militar de la guarnición de México era un secreto que Huerta traicionaba al señor Madero. ¿Cómo fue posible que Ángeles no se hubiera dado cuenta de ello? ¿Cómo escaparon a su genio militar los desaciertos que se cometían a cada minuto para comprometer y sacrificar inútilmente a las tropas leales?” (El Universal, 9 de julio de 1935)

 

De este modo se expresaba en aquellos años el Coronel de Artillería Rubén Morales en su editorial titulado “Madero y Ángeles”. Y leerlo de inmediato nos provoca una fuerte incertidumbre: ¿se nos insinúa un Ángeles traidor? ¿o cuando menos a un militar pasivo ante el conocimiento del inminente golpe Huertista a la Presidencia de Francisco I. Madero?

 

Antes que nada, tengamos en mente que Madero confiaba en Felipe Ángeles. Siempre lo hizo. Desde el momento en que lo mandó traer de Francia en los primeros días de enero de 1912 para distinguirlo como director del Colegio Militar de Chapultepec, Madero mostró para con el hidalguense todas las consideraciones de su amistad, distinguiéndolo como militar leal y hombre de sólidos conocimientos sobre política y estrategia. Este sólido respaldo que el entonces Presidente brindaba al todavía Coronel Ángeles se vio demostrado en el posterior nombramiento como General Brigadier en junio del mismo año, y en la misión que le extendió para que se encargase de la pacificación del movimiento Zapatista levantado en el estado de Morelos. A este respecto, cito a Jesús Ángeles Contreras:

 

“El General Ángeles sustituyó al General Juvencio Robles, quien pretendía someter a los Zapatistas mediante la violencia, con fusilamientos masivos, pueblos incendiados, saqueos y torturas. Ángeles proscribió enérgicamente tales procedimientos y logró inmovilizar a los Zapatistas”.

 

Tal fue el éxito de su empresa que el mismo Madero acudiría a buscarle en Cuernavaca, al darse la toma de La Ciudadela, y el regreso de Ángeles a la Ciudad de México se dio acompañado del Presidente en persona. Todo lo anterior deja en claro el concepto que este último tenía de nuestro General, y la lealtad que sentía recibir del mismo.

Siendo así, surgen dos preguntas determinantes:

¿Por qué a pesar de su confianza en Ángeles, Madero finalmente nombra a Victoriano Huerta como Comandante de las fuerzas militares del Distrito Federal? ¿y por qué Ángeles no corre la misma suerte que Madero y Pino Suárez durante la Decena Trágica?

 

Debemos decir que Felipe Ángeles Ramírez era todo menos un hombre distraído. Hablamos de un militar de carrera con distinciones de excelencia recibidas desde su juventud. Un militar de su talla contaba con preparación para proteger al Presidente de la República ante toda circunstancia, y para dirigir cualquier cuerpo armado que se le indicase.

 

Pero Madero, buscando apegarse a la legalidad y a la tradición militar, tomó la decisión de nombrar a Victoriano Huerta, un General de mayor rango, como Comandante de las fuerzas militares del DF, quedando Ángeles como subordinado. Éste fue uno de los errores más grandes de Madero, el que incluso le costaría la vida.

 

Porque para ese momento Huerta ya formaba parte del grupo de traidores quienes, coludidos con la Embajada de los Estados Unidos en México en el famoso “Pacto de la Embajada”, se habían posesionado de la fortaleza conocida como La Ciudadela; y cuando Madero pidió el envío de las fuerzas armadas para recuperarla, Victoriano Huerta designó al Coronel Rubio Navarrete como jefe de artillería, y entre ambos dieron órdenes al General Ángeles sobre dónde colocar la batería de cañones y desde qué ángulos se debía comenzar el ataque. Algunos biógrafos establecen que Ángeles acató las indicaciones recibidas debido a su obediencia ante la disciplina militar, aún a pesar de que su gran preparación en artillería y balística le dejaban saber que éstas eran erróneas. Hay quien incluso afirma que, además, Ángeles recibió granadas defectuosas o cañones con miras desviadas, lo que le impidió concentrar el ataque. Estas últimas afirmaciones son poco probables, ya que un militar de su nivel y experiencia difícilmente habría pasado por alto detalles de carácter técnico tan absurdos sin notarlos. 

 

Así las cosas, la pérdida de La Ciudadela resultó inevitable –tal como desde el principio lo habían planeado los traidores-. Y por supuesto, tanto el mismo Huerta como muchos otros hicieron tiempo después –Manuel González Ramírez entre ellos— aprovecharon el momento para desacreditar a Ángeles. Sobre esto, cito un texto publicado en El Universal, el 4 de julio de 1935, escrito por uno de los grandes defensores de la memoria de Felipe Ángeles, el Ingeniero Vito Alessio Robles:

 

“El mismo día que estalló el movimiento sedicioso de La Ciudadela, el Presidente Madero, acompañado de dos ayudantes y otra persona, viajó a Cuernavaca, en donde se encontraba el General Ángeles y regresó el día siguiente escoltado por éste y sus soldados. El leal e incorruptible jefe fue puesto por el Presidente a las órdenes de Victoriano Huerta. Éste dispuso que el General Ángeles se colocase con unas baterías en los terrenos de la antigua hacienda de la Teja, inmediatos a la Estación de Colonia.

(…) ¿Qué podía hacer el General Ángeles en aquellas circunstancias? No estaba en sus manos impedir la traición que se fraguaba. En aquellos momentos era un simple subordinado de Huerta y tenía que acatar las absurdas órdenes de éste.”

 

Finalmente, el día 18 de febrero de 1913 los hombres de Huerta capturan en Palacio Nacional a Madero, Pino Suárez y Ángeles. Amenazado, y recibiendo la promesa de su destierro a Cuba si accedía a las peticiones de los golpistas, Madero abdica al poder. Sin embargo, los días transcurrían, y el viaje que llevaría a los prisioneros a Veracruz, para embarcarlos a la isla, parecía no llegar.

 

Fue entonces cuando Pino Suárez, presintiendo su suerte, comentó a Don Manuel Márquez Sterling, Ministro Plenipotenciario de Cuba: “Al General Ángeles no se atreverán a tocarle. El ejército lo quiere porque vale mucho y, además, porque fue maestro de sus oficiales. Huerta peca por su astucia y no disgustará fusilándolo, al único apoyo de su gobierno”.

 

Y tal fue como sucedió: a las diez de la noche con veinte minutos del día 22 de febrero de 1913, el Coronel Joaquín Chicarro y el Mayor Francisco Cárdenas entraron a la Intendencia del Palacio Nacional, donde se encontraban los prisioneros. Los hicieron levantarse y vestirse, y luego indicaron a Madero y a Pino Suárez que debían acompañarlos, dejando a su vez a Ángeles bajo custodia en el mismo lugar. Alessio Robles narra que “Madero se despidió de su fiel amigo con un fuerte y efusivo abrazo, el último de su vida y, desde lejos, Pino Suárez agitando la mano sobre la indiferente soldadesca, gritó: ‘Adiós, mi General’.”

 

Pocos momentos después, Madero y Pino Suárez serían asesinados en las inmediaciones de la Penitenciaría. Y a Felipe Ángeles se le mantendría preso hasta el 29 de julio del mismo año, cuando es desterrado a Francia simulando un trabajo militar.

 

De ese modo culminaba la etapa Maderista de Felipe Ángeles. ¿Por qué no se le fusiló también en ese momento? ¿Fue realmente por la lealtad que hacia Ángeles sentían los oficiales del ejército, de los que tanto dependía Huerta? ¿O fue porque, como sus detractores establecen, él ya conocía el trasfondo de la traición, y decidió quedarse callado? ¿Intervino el hecho de que Ángeles era ahijado del General Manuel Mondragón, quien tenía la autoridad para perdonarle la vida?

En realidad no existe forma de afirmar categóricamente alguna de las dos opciones. Todo lo que podemos decir por el momento es que, al realizar un análisis cuidadoso de su vida y de sus ideales, podríamos inclinarnos por el primer camino. Un hombre que conoce la virtud, y que la ha practicado y defendido en numerosas ocasiones, difícilmente la ignora en tiempos de crisis. Pero esto es, como podría esperarse, una mera interpretación personal. El filósofo Mario M. Rossi afirmaba que “la historia carece de sentido, y que solamente tienen sentido las historias de los hombres individuales; porque la llamada historia sólo es un modo de dar sentido a lo sinsentido”. Quizás este sea uno de los momentos en los que su frase encuentra aplicación.

 

Meses después, y a pesar de la fuerte vigilancia que se mantenía sobre él en París, Ángeles es contactado por el representante personal de Don Venustiano Carranza, primer jefe del Ejército Constitucionalista, quien lo invita a incorporarse a su lucha para derrocar a Huerta. El hidalguense aceptó, y escapando de Francia llegó a Nogales, Sonora, la noche del 17 de octubre de 1913. Y las discrepancias comenzaron desde su recibimiento: a pesar de que Don Venustiano le prometiera el cargo de Secretario de Guerra, el General Álvaro Obregón, hombre fuerte de Carranza, se opuso a dicho nombramiento, por lo que Ángeles sería designado sólo como Subsecretario de Guerra.

 

A partir del primer momento, nuestro General se distinguió dentro del ejército Carrancista gracias a su brillante desempeño militar. Recordemos que las grandes batallas que liquidaron al huertismo, como fueron las de Torreón, San Pedro de las Colonias, Paredón y Zacatecas, fueron planeadas por él, haciéndolo acreedor del encono de Obregón, lo que lo orilló a romper con Carranza y a buscar refugio en los ejércitos de la División del Norte, bajo las órdenes de Francisco Villa.

La tensión alcanzó su punto álgido a finales de noviembre de 1914, cuando Carranza decidió ignorar los acuerdos tomados en la llamada Convención de Aguascalientes, donde Zapatistas, Villistas y Carrancistas habían decidido la renuncia de Carranza a la presidencia, recibiendo a cambio el retiro de Villa como jefe de la División del Norte. Así, Don Venustiano, junto con Obregón, desconocieron los acuerdos de la Convención y constituyeron su gobierno en Veracruz, lo que provocó que el Presidente Interino, General Eulalio Gutiérrez, los declarase rebeldes y nombrase a Villa como jefe de operaciones para atacarlos.

 

Mucho bien pudieron haber logrado los consejos que el General Ángeles ofreció al jefe de la División del Norte en esos momentos. Sin embargo, Villa era un hombre de carácter fuerte, difícil de convencer, y no accedió a la petición del hidalguense de perseguir a los carrancistas hasta Veracruz, donde los habrían liquidado y arrojado al mar, y prefirió permanecer en la capital. Otro grave error se dio en los primeros días de abril de 1915, en la famosa batalla de Celaya, cuando a pesar de la petición del General Ángeles de no combatir a Obregón en los territorios del Bajío, Villa decidió salir de Monterrey para atacar a los carrancistas en Celaya, donde Obregón lo esperaba ya con numerosas trampas, terrenos empantanados para frenar a los caballos y trincheras con ametralladoras, barriendo por completo con la poderosa caballería villista, y cerrando la emboscada con más de mil jinetes que persiguieron y eliminaron a los pocos sobrevivientes que intentaban emprender la huida. Felipe Ángeles, ecuánime como era, y respetuoso siempre de la jerarquía, tuvo que soportar éstas y otras derrotas en las que su conocimiento y prudencia habrían asegurado triunfos, siempre bajo la misma respuesta del jefe de la División del Norte: “Villa nunca corre”. Un suceso importante se dio el 3 de junio del mismo año 1915, en la batalla de Trinidad, donde Álvaro Obregón perdió el brazo al ser alcanzado por la artillería dispuesta bajo las órdenes de Ángeles. Fue también entre los años de 1914 y 1915 que nuestro personaje ocupó, por breves periodos de tiempo, las gubernaturas de Nuevo León y Coahuila.

 

Tras todas las derrotas sufridas por el villismo, Ángeles decide distanciarse un tiempo del Centauro del Norte, y regresa a Estados Unidos, donde inicialmente se establece en el rancho llamado El Bosque, cercano a El paso, Texas; y posteriormente se desplaza al norte, a Nueva York, donde se une al movimiento conocido como Alianza Liberal Mexicana. Es aquí donde su genio ideológico florece por completo en numerosos textos, cartas y ensayos. La cumbre sería alcanzada a finales de 1918, cuando en Estados Unidos se declara en contra de la Constitución de 1917 –“por haberse instituido en un momento de violencia e inestabilidad política y social, bajo los intereses de unos cuantos”- y exige la renuncia de Carranza acompañada por la restitución de la Constitución de 1857. Todos estos principios serían luego recopilados en el llamado “Plan de Río Florido”, que dio a conocer a su regreso a México para buscar unificar a los grupos revolucionarios no afectos al carrancismo, ya que en palabras del General Ángeles: “Una empresa nacional no conduce al éxito si no responde a una necesidad nacional, a un anhelo de toda la sociedad”.

 

Tristemente,  y a pesar de su reencuentro con los villistas, su llamado no obtiene respuesta. El pueblo se encontraba sometido y agotado, y a principios de 1919 los ideales y promesas de Ángeles no vieron la luz.

 

La tristeza llevó a la frustración, y la frustración se convirtió en conflictos e intolerancia. Jesús Ángeles Contreras nos narra que “Ángeles era de la idea de formar un nuevo ejército en toda su dimensión, y Villa, de continuar con la guerra de guerrillas; Ángeles reprochó a Villa al no completar una campaña, y Villa le contestó que era para dar descanso a sus hombres y a su caballada; Ángeles pretendió ideologizar a la tropa, y Villa lo reprendió porque estaba “agringando a su gente”; Villa llegó a llamar imbécil a Madero, y Ángeles lo contradijo”. Todo lo anterior provocó el rompimiento del General Ángeles con Francisco Villa, a finales de octubre de 1919.

 

Tras la amistosa despedida, Ángeles decidió bajar del campamento villista – que se encontraba en la parte alta de la Sierra Madre- acompañado por seis hombres, uno de los cuales recibía el nombre de Félix Salas. Tras unos días de camino, Salas se acercó al General Ángeles para decirle que se sentía agotado y que ya no quería seguir acompañándolo. Ángeles aceptó la petición, y continó su camino. Cinco días después Félix Salas regresó, pero esta vez acompañado por el mayor del ejército carrancista Gavino Sandoval y 50 hombres más, con quienes logró la captura del hidalguense el día 15 de noviembre.

 

Con este acto de traición, la suerte estaba echada y la inevitabilidad histórica se ponía de manifiesto. Ángeles sabía que Carranza no perdonaría los que consideraba “actos de rebeldía e insubordinación”, y que Obregón sólo esperaba que llegase el momento de vengarse por su brazo perdido. El último autógrafo que el General Ángeles escribió, días antes de morir, decía:

“SÉ QUE MI MUERTE HARÁ MÁS BIEN A LA CAUSA DEMOCRÁTICA QUE TODAS LAS GESTIONES DE MI VIDA, PORQUE LA SANGRE DE LOS MÁRTIRES FECUNDIZA LAS BUENAS CAUSAS. FELIPE ÁNGELES.”

 

En los días siguientes, Ángeles fue llevado ante un Consejo de Guerra Extraordinario –que era tan ilegal como improvisado- por órdenes directas de Carranza, bajo el supuesto delito de “rebelión en campaña”. Dicho Consejo de Guerra, integrado sólo por incondicionales de Don Venustiano, y presidido por el General Gabriel Gavira, inició el proceso el día 24 de noviembre, en el Teatro de los Héroes de Chihuahua, y dictó la sentencia de muerte dos días después, a las 3 de la mañana.

A las seis de la mañana del día 26 de noviembre de 1919 fue fusilado el Ciudadano Felipe Ángeles Ramírez a los 51 años de edad, permaneciendo hasta el final sin temor a la muerte, y dejando viuda a Doña Clara Krause –a quien muchos conocen como “Santa Clarita”- y huérfanos a sus cuatro hijos (Alberto, Isabel, Felipe y Julio Ángeles). Como herencia dejó su lucha por los reclamos populares, sus escritos e ideales humanistas y compasivos, sus distinguidas cátedras de ciencia, amor y unidad, su intachable desempeño militar, y su entrega sin arrepentimientos a todo cuanto consideraba bueno y justo, aún a sabiendas de que el honor le costaría la vida.

 

Figura de luz y sombra, Felipe Ángeles fue, como casi todos los héroes, una visión en claroscuro, y pocas dudas deben quedarnos sobre su calidad de hombre virtuoso. Ya Aristóteles decía –en su “Ética a Nicomáco”— que el hombre que es verdaderamente bueno y prudente soporta con dignidad todas las vicisitudes de la fortuna, y obra de la mejor manera posible en sus circunstancias. Y Felipe Ángeles vivió y murió bajo la luz de ese razonamiento.

 

En 1960, Daniel Moreno en su obra “Los Hombres de la Revolución” escribió:

 

“Ángeles no concibe la Revolución como el culto vulgar del éxito. Tampoco como demagogia, ni menos como siembra de odios. Tenía la madera excepcional del temperamento constructor. Para construir, empleó el más noble de los materiales: la abnegación. (…) Siempre atento al canto llano del dolor del pueblo, su memoria brilla como una lámpara votiva consagrada al ideal. (…) Y al depositar sus restos en el ara santa de la patria, vemos cómo humea la sangre de las redenciones”.

 

Hoy estamos aquí para recordar a quien en mi atrevimiento he designado como “EL ALFIL DE LA REVOLUCIÓN”; al hombre disciplinado y de vida con tintes contradictorios, de espíritu crítico, carácter humilde, lealtad inquebrantable y rebeldía incontenible. Recordamos al “General Artillero”, al militar de amplios conocimientos teóricos y visión poética de la guerra, al General culto y al ciudadano pacífico, al hijo del guerrero impetuoso y al estadista reflexivo que hasta el último momento sintió un entregado amor por su patria, lo que le valió ser nombrado “Hijo del Estado de Hidalgo” el 15 de noviembre de 1941, al cumplirse el XXII aniversario de su muerte.

 

Ahora no nos queda duda: “Historia” es una de esas palabras que a los hombres nos quedan grandes. Y al estudiarla nos enfrentamos a diversas interrogantes: ¿Será que el camino del mundo es determinado por el hombre y sus actos? ¿Será que el presente y el futuro de la humanidad dependen de la actividad del cosmos, de la evolución del universo, de la naturaleza que nos abraza y que se rige por leyes que aún no conocemos por completo?  No lo sabemos. Quizás la razón la tiene Dilthey al afirmar que “lo que el hombre es, lo experimenta sólo a través de la historia”.

Sea pues, la historia de Felipe Ángeles, el noble faro cuya luz viaja desde el pasado para revelar lo que somos, dando claridad sobre los rincones oscuros de nuestro presente, y que nos permite recordar que sobre los mártires de los pueblos se eleva el espíritu de redención que habrá de salvarnos cuando, como civilización humana, seamos dignos de ello.

 

 

Muchas Gracias.

 

Autor:

 

 

Dr. Raúl Contreras Omaña, 33o. SN
Masonería Hidalguense
"Tertulia de los Filósofos"
Conferencia magistral presentada en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el Estado de Hidalgo.

 

 


 
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