COLUMNAS DEL TERCER MILENIO
  CHARLES DE GAULLE
 
Reseña Bibliográfica (23)                                      agosto/2010
 
Armando Castillo Romero
 
Cook, Don. Charles de Gaulle. España, Vergara, 2006. 527 p. Col. Biografía e Historia.  



 
 
“En una palabra, a mi modo de ver, Francia no es Francia sin grandeza”.
Charles De Gaulle
             
 
           
Busque por largo tiempo una biografía satisfactoria de De Gaulle. Con el tiempo llegó a mis manos “Charles De Gaulle” de Don Cook.

            Al leer “Líderes. Perfiles y recuerdos de los hombres que han forjado el mundo moderno, de Richard M. Nixon (reseña 08), el líder que despertó un halo de misterio a Nixon fue Charles De Gaulle.

            Antes de tener el libro editado por Vergara, ya había consultado otras biografías de De Gaulle, pero ninguna lo “retrataba” a satisfacción, ya fuera por una deficiente traducción o porque el biógrafo no alcanzaba a presentar el lado humano del biografiado.

            Dificilísimo encontrar quien explicará de mejor manera a De Gaulle, más difícil, entender su complejo ejercicio del poder. 
      
            El mérito inicial de esta extraordinaria biografía es que el autor fue corresponsal de periódicos norteamericanos de mucho oficio periodístico e investigación auténtica. Don Cook, nos dice un comentario The New York Times: “cubrió el pulso político europeo durante treinta y ocho años. Es un conocedor avezado de la Francia de De Gaulle”. Tanto Cook como su biografiado, De Gaulle, tenían en la epidermis a Francia.

            Al leer sobre Charles De Gaulle (1890-1970), tanto su vida como su obra son  desconcertantes. En primera instancia, lo que uno diría de él es: “Un líder sin carisma”, pero pese a todo, fue un líder con todas sus letras. De Gaulle despertaba todas las contradicciones, a tal grado que podría etiquetársele como un “liberal autoritario”.
           
 
            De Gaulle no poseía el “don” de gentes de Roosevelt, la voluntad explosiva de Churchill, ni la ferocidad del liderazgo ruso; ni menos aún, el carisma del propio Hitler, sin embargo, todos ellos cedieron ante sus deseos.

            Todos los “tiburones” de los años de guerra: Roosevelt, Stalin, Churchill; todos los de postguerra: Truman, Eisenhower, Adenauer, Kennedy y Jruschov; convivieron, acordaron o se confrontaron con él hasta que se murieron, o en el mejor de los casos, se retiraron de la esfera política. Al final, De Gaulle se quedo solo ejerciendo el poder.  

            La biografía inicia con esto: “Hay un solo tema en la vida de Charles de Gaulle: el poder”. De Gaulle fue un soldado intelectual, en primera instancia.

            Continúa Cook: “Desde sus primeros años en la academia y en el Ejército, se dedicó consciente, instintivamente y casi exclusivamente, en todo lo que hacía y en las historias que leía con avidez, al estudio del poder; preparándose para el poder, tratando de alcanzarlo y de demostrar su capacidad de ejercerlo a cualquier nivel. Existe cierta falta de alegría en la vida de De Gaulle: para él, el estudio del poder era un asunto tan serio que no permitía la intromisión de la risa o el placer.

            Cuando Francia depuso las armas y pidió un armisticio a los alemanes en 1940, el poder cayó en manos del general De Gaulle y él estaba dispuesto a tomarlo. No le cabía la menor duda, incertidumbre, vacilación o sorpresa: aquél era su destino. El recipiente estaba vacío, pero él lo llenaría con su personalidad y capacidad extraordinarias, con una confianza en sí mismo que iba mucho más allá del mero egoísmo y, sobre todo, con una voluntad de demostrar el poder y de inventarlo donde éste había dejado de existir”.

            Charles De Gaulle se había preparado a través del estudio del poder para ser líder ¿cuándo?... en algún momento. Para el general De Gaulle, ponerse al mando del destino de Francia en 1940 fue tan natural como ponerse su gabán militar. Poseía rectitud, inteligencia, personalidad y sentido del destino. Su mayor arma política: la intransigencia, a menudo su única arma; y siguió siendo su instrumento básico de poder hasta el fin de sus días.

            Para recuperar Francia De Gaulle solo hizo gala de los dones intelectuales y de gobierno que siempre había llevado dentro.

            De Gaulle había decidido enrolarse en el ejército muy pronto. Era idóneo para hacer carrera militar por su personalidad, su temperamento, su intelecto, su valor y su convicción patriótica. Había sido un solitario y ésta es la marca de los grandes generales. Siempre se mantuvo distante de sus compañeros oficiales. Era melancólico, ensimismado, lóbrego y profundamente intelectual en la visión de su carrera y los desafíos y problemas de la vida militar, sin embargo, desafiaba lo convencional. No era simpático, y las promociones llegaban con dolorosa lentitud. Era un hombre difícil y ambicioso, sí, pero excepcional. Y excepcional, también era, su gigantesca estatura, 1.92 metros, que sin duda no pasaba desapercibida a nadie.

            De Gaulle era el hombre más cortés del mundo con sus hombres, con las visitas y los invitados; pero su cortesía y urbanidad eran las de un jefe de Estado y hombre de poder con sus subordinados y visitantes. Jamás se permitió un tono íntimo o amistoso.   

            Su único interés, aparte del círculo cerrado de su familia - y el ejercicio del poder -, era la lectura: durante toda su vida fue un ávido lector de historia, literatura y los clásicos. Poseía una memoria privilegiada.

            Para De Gaulle no existía otra cosa que Francia y sus intereses geo-políticos, sin embargo, este “egoísmo” de Estado no era tal, pues al trabajar por su propio interés, Francia estaba sirviendo al mundo entero.        
     
            Las relaciones entre las superpotencias y los demás países eras vistas por De Gaulle como una especie de sistema planetario, en el cual cada planeta tenía su propia fuerza de gravitación. En este sistema, los Estados Unidos de América si ejercían una fuerza enorme, lo que provoco una oposición permanente y obsesiva a todo lo que venía de Estados Unidos, para demostrar que Francia tenía su propia política y su propia órbita.  

            De Gaulle poseía dos grandes cualidades aparte de las ya mencionadas, que le permitían buscar metas de poder. Su inteligencia formidable, y tenía una extraordinaria capacidad para hacer teatro, sí, teatro. Su desempeño nunca fue ni superficial, nunca fue aburrido. Su capacidad de rigor y su teatralidad lo acompañaron en todo momento. Pero lo que más ha intrigado a sus biógrafos, es ese aire profético que siempre lo acompaño, quizá, producto de una amplia síntesis histórica, psicológica y militar, aunada a una visión muy gaullista.

            Pero esta visión gaullista de la vida tuvo un inicio que contó muy especialmente con la colaboración de un general muy respetado y querido por De Gaulle: el mariscal Pétain.

            Subordinado y colaborar de Pétain, llego un momento en la vida del militar De Gaulle en que la disyuntiva era: esforzarse por reformar al Ejército francés o que éste se quedase con su visión obsoleta de hacer la guerra. Opto por lo primero, acompañada su decisión por mucha oposición de los viejos militares en los que se encontraba Pétain, y muchos malos entendidos. La derrota sufrida por los franceses ante las armas alemanas le daría la razón al profético De Gaulle.

            La embestida alemana sobre Francia, si bien tuvo una resistencia feroz, fue una resistencia obsoleta tanto en lo político como en lo militar. Resultado final: capitulación francesa ante el yugo nazi.

            Pero el yugo nazi no fue suficiente para vencer un espíritu inquebrantable como el de De Gaulle, quien de “vencido” paso a vencedor.

            Charles De Gaulle tuvo tres grandes acontecimientos (y triunfos) en su vida pública:   
     
La restauración de Francia, que de nación vencida pasó a ser una potencia aliada victoriosa.

Su segundo gran logro fue salvar a Francia del caos civil de 1958 y, una vez de regreso en el poder, haber terminado hábilmente la guerra de Argelia.

Por último, confirió a Francia una auténtica estabilidad política, dotándola de instituciones y la estructura de un gobierno fuerte, estable y duradero por primera vez desde Napoleón. 
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            El gobierno de Pétain acepto y firmó el 23 de junio los términos alemanes del armisticio. 

            El dilema estaba en el aire: la Francia de Pétain (colaboracionista, pro-nazi) o la Francia de De Gaulle (pro-Francia).

            Ante tal acontecimiento, de gran magnitud histórica, Charles De Gaulle, sin proclamarse de manera formal, se convertía en medio de la desesperanza, en el líder de la resistencia francesa, tal como lo hace notar en sus Memorias: “A los 49 años, me lanzaba a la aventura, como un hombre alejado por el destino de todos los términos de referencia”.

            La resistencia francesa tenía problemas implícitos en su conformación. El primero y principal, por supuesto, era su eficacia: el abastecimiento, la disciplina y el liderazgo en la lucha contra el enemigo y su acoso, así como el proporcionar datos efectivos de espionaje para los aliados.

            El “gobierno” paralelo al de Pétain se denominaría Comité Nacional Provisional Francés que con el tiempo se convertiría en el Gobierno Provisional de la República Francesa.

            El tiempo siguió su curso y los acontecimientos tomaron nuevos causes.
            Las fuerzas aliadas tomaron ventaja sobre la Alemania nazi y ahora solo buscaban su rendición incondicional.

            La derrota alemana iniciaría por Francia.

            Operar la maniobra militar más grande de la historia a través de Francia implicaba, según De Gaulle, tomar en cuenta el parecer de los franceses, cosa que las potencias aliadas veían con recelo e indiferencia. Iniciaba un choque de personalidades entre Roosvelt, Churchill y De Gaulle. 
      
            Finalmente la guerra en Europa termino con gran júbilo, pero los problemas no concluían para el general francés.    
   
            Mientras tanto los franceses derrotados tres años antes, tomaban nuevos aires gracias a la tenacidad, congruencia y paso firme del general De Gaulle quien, no obstante, seguía teniendo diferencias con los líderes aliados, especialmente, con Roosevelt. Finalmente De Gaulle se impuso.

            El 26 de abril de 1945, el mariscal Pétain, con su esposa, cruzaron la frontera francesa y entraron al país desde la ciudad suiza de Vallorbe. Por órdenes de De Gaulle, el general Pierre Korenitz, lo esperaba para ponerlo bajo su custodia y llevarlo a Paris donde fue encarcelado. El juicio al mariscal se inició en el Palacio de Justicia de la isla de Cité el 23 de julio.

            Por las implicaciones políticas-sociales e históricas que implicaba juzgar a Pétain, el juicio se concentró en las inequidades y los crímenes de Vichy contra el pueblo francés, que fueron cometidos en nombre del mariscal y con su aprobación.

            Tras horas de debate, el jurado eligió la pena de muerte por 14 votos a favor y 13 en contra, añadiendo inmediatamente la recomendación de que nunca se llevara a cabo.

            Nos dice Cook al respecto: “De Gaulle firmo el indulto y jamás hizo un comentario sobre el asunto. Para él, el mariscal Pétain que había conocido era un hombre que ya no existe: fue ‘un drama de senilidad’. Pétain pasaría sus últimos días en la prisión-fortaleza en la costa atlántica de Francia hasta 1951, cuando murió a los 95 años de edad.

            Como jefe de estado, a De Gaulle le correspondió refrendar personalmente todas las sentencias de muerte que le fueron presentadas antes de abandonar el gobierno en enero de 1946: analizo cada una de ellas cuidadosamente, en total aislamiento, sin solicitar nunca ayuda y sin explicar su decisión final, busco prolijamente las circunstancias atenuantes en cada caso e indultó a todas las mujeres. En total, firmo 768 órdenes de ejecución”.

            A pesar de los múltiples problemas que se presentaron después de la Liberación, las cosas se presentaban bien para De Gaulle, principalmente porque éste había impulsado reformas liberales y sociales en bien de todos. El plebiscito, procedimiento que consiste en pasar por encima de partidos y políticos para estar en contacto con el mismo pueblo, fue el sistema distintivo de la era De Gaulle.

            Mientras las cosas poco a poco se iban componiendo en el interior, en el exterior, Charles De Gaulle buscaba una relación con la Unión Soviética de entonces, lo que le permitiría conseguir un aliado de gran contrapeso contra los aliados occidentales.

            Un frente adicional que abrió De Gaulle fue la auténtica modernización de la Francia de postguerra. Para ello se apoyo en Jean Monet, quien era un talentoso hombre de acción quien nunca tuvo cargo público alguno.

            A través de comisiones que se encargarían de estudiar determinados ámbitos económicos, De Gaulle y Monet buscaban que tanto las deliberaciones como las propuestas concretas de los expertos se transformaran en decisiones de gobierno. 

       
       El éxito de esta modernización consistió que una vez adoptados por los planificadores y refrendados por el gobierno, los objetivos económicos y las decisiones de la política a seguir debían de ser firmes y fijos, sin ninguna supeditación a la aprobación o los cambios parlamentarios.

            De Gaulle invistió de poder de decisión a Monet y éste aprovecho la oportunidad de manera inteligente y sin ningún abuso.

             Este fue uno de los últimos actos de gobierno de Charles De Gaulle, antes de que se formara un nuevo gobierno. De Gaulle había ejercido el poder cerca de seis años. Se despidió del poder el 20 de enero de 1946… pero regresaría.

            Ya fuera del poder, Charles De Gaulle tenía hábitos de vida y gustos sencillos al punto del aburrimiento. Su situación financiera tampoco era muy buena, y debía vivir prudentemente con el sueldo de un brigadier-general retirado, además de algunos pequeños honorarios del Estado.

            La hija deficiente de De Gaulle, Ana, siguió siendo su gran preocupación personal; en realidad la preocupación humana más honda de su vida. En 1948 Ana murió de pulmonía. Al terminar la misa, a la cual sólo asistió la familia, De Gaulle tomó la mano de su mujer al salir y le dijo en voz baja: “Vamos… ahora es como todos”.

            Durante los años que De Gaulle estuvo ausente del gobierno, 17 hombres le sucedieron en 24 gobiernos diferentes.

            Entre este vaivén de gobiernos, Argelia buscaba su independencia del Imperio francés. 

            El 03 de junio, a las nueve y cuarto de la noche, se levantó la Asamblea Nacional y cayó el telón sobre la Cuarta República.

            De Gaulle, después de su exilio político, regresaba al ejercicio del poder, gracias en buena medida a su propia habilidad, a su sentido de la oportunidad, a su ubicua autoridad y al dominio que conservaba de los acontecimientos lejos de la capital.

            Uno de los objetivos más concisos de De Gaulle fue encontrar una salida política a la revolución argelina. No fue fácil.

            Con intentos de asesinato contra De Gaulle y balazos entre ejércitos, las negociaciones para una salida pacífica y negociada continuaron durante largo tiempo, hasta el 03 de julio de 1962, fecha en que después de 132 años de dominio francés, Argelia nació como Estado independiente.

            Cuando De Gaulle regreso al poder, un nuevo grupo dirigente empezaba a emerger en lo alto del servicio civil, un grupo que, en cierto sentido, era creación de él: los graduados de la Escuela Nacional de Administración (ENA) que De Gaulle fundó en París después de la liberación en 1945. Desde aquel entonces De Gaulle vio la necesidad de producir un grupo dirigente entrenado en la administración del gobierno moderno y la política. Cosechaba lo sembrado.     
  
            Sin embargo, Francia, pese al general De Gaulle, era un país vulnerable, como todos los demás.

            En 1968 empezó a cobrar velocidad como un año extraordinario en cuanto a violencia civil, Francia participó verdaderamente en un problema común con otras democracias: las explosiones populares en las universidades.

            En este hervidero estaban presentes las causas políticas de la juventud francesa, la guerra de Vietnam, los gobiernos de derecha. Finalmente, había una nueva ideología de izquierda bajo la forma del maoísmo.

            La rebeldía estudiantil estaba en su máximo nivel. La policía y el gobierno no daban cuartel.

            La imagen de una Francia invulnerable (estable, fuerte, segura) había sido rota. Todo se complico de la noche a la mañana. Los estudiantes, la política exterior, el naciente Mercado Común. El tipo de liderazgo de De Gaulle estaba desgastado y se desvanecía.

            Fiel a su costumbre, De Gaulle buscaba un plebiscito, que no era otra cosa, en está ocasión, que la renovación o no del mandato del poder.

            No hubo diluvio, De Gaulle se fue antes, tenía 78 años.

            Charles De Gaulle regreso a sus hábitos.

            El 09 de noviembre de 1970 se desplomaría en la mesa de su biblioteca, moriría 13 días después. Es cuanto.▲

 
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