COLUMNAS DEL TERCER MILENIO
  BI-CENTENARIO Gustavo A. Madero
 

Gustavo A. Madero: De columna de la Revolución a víctima del fanatismo.
Por: David Álvarez Guzmán

Gustavo Adolfo Madero nació en Coahuila en 1875. Liberal y masón practicante al igual que su hermano Francisco I. Madero, fundó el Partido Constitucional Progresista, que luchó contra la reelección de Porfirio Díaz y del cual fue diputado..
Fue un destacado empresario en la industria y el área agrícola en Coahuila y Jalisco.
Su papel como financiero en la Revolución fue fundamental y decisivo, pues en enero de 1911, tras enterarse de los levantamientos por todo el norte del país contra Díaz, viajó a Washington para conseguir dinero prestado con el cual se adquirirían armas y municiones.
El día 9 de mayo, la compañía petrolera Standard Oil le otorgó un generoso préstamo para la Revolución, gracias al cual tomaron la Ciudad Juárez, con lo que se pactó la renuncia y destierro de Porfirio Díaz.
Posteriormente, en 1913, fue nombrado embajador de Japón en México.
Desgraciadamente, el triunfo de los hermanos Madero no garantizó la estabilidad del país, pues varios militares retrógradas y traidores de la patria se sublevaron contra el régimen de Francisco I. Madero, entre ellos los generales Manuel Mondragón, Félix Díaz y Bernardo Reyes.
El 9 de febrero de 1913, durante la Decena Trágica (llamada así por tratarse de poco más de 10 días de sublevación contra el gobierno) Huerta traicionó al Presidente, se unió a la reacción y apoyado por el embajador norteamericano, Henry Lane Wilson, toma prisioneros a Francisco Ignacio Madero y a José María Pino Suárez.
Gustavo Adolfo es aprehendido el mismo día, tras almorzar con el traidor Victoriano Huerta. Es trasladado a un cuartel militar, y mientras era torturado, Huerta tomaba el poder.
El martirio
Tras ser apresado, un tribunal ex profeso los condena a muerte. Los soldados, envilecidos por el triunfo de Huerta, descargan sobre él su furia.
En una de las peores atrocidades cometidas contra un revolucionario, Gustavo A. Madero es golpeado, escupido, humillado, pateado y apaleado, hasta hacer de él una masa sanguinolenta. En medio de la tortura, la víctima clama en vano por su vida, ofrece dinero para ser perdonado al centenar de soldados que lo masacran.
 La tropa pervertida lo injuria y llama cobarde, mientras éste chorrea sangre por la cuenca ocular. Instantes después, una bayoneta le arranca el ojo restante. Ciego y desesperado, Gustavo A. Madero grita, se sacude y cae. Los victimarios le levantan, apalean y acuchillan.
Entre burlas y agonía, Gustavo sucumbe, mientras el general Mondragón observa sin intervenir. Finalmente, más de una veintena de fusiles acribillan lo que queda del hombre.
La muerte no fue motivo de respeto para el caído, pues su cadáver fue saqueado y mutilado, sus partes nobles arrancadas y puestas en su boca, y finalmente, cubierto de estiércol.
Estos horribles actos, que el peor de los criminales no merece, son el reflejo de la barbarie y la ignorancia de la que son capaces las masas, cegadas por el fanatismo y ebrias de falsa seguridad.
Gustavo A. Madero debe ser el ejemplo no solo de los masones, si no de todo ciudadano, de todo amante de su patria. Solo un verdadero hombre se atreve a hacer lo correcto, a pesar de las consecuencias.
 
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