COLUMNAS DEL TERCER MILENIO
  MASONERÍA, HISTORIA E INICIACIÓN
 
En un Rincón de mi librero
MASONERIA. HISTORIA E INICIACIÓN



Gerardo R. Salgador / J.C. Gómez E.
 
Insertos en una búsqueda dominical de respuestas para una encrucijada que a la Masonería Mexicana parece no solo alcanzarla, sino devorarla, de entre los libros de obligada consulta para cimentar una opinión, este del reconocido egiptólogo francés ¿y Masón? Jacq nos ofrece en la segunda parte La Francmasonería moderna, particularmente el capítulo 5: Breves reflexiones sobre la evolución de la Francmasonería moderna.
Decidimos transcribir en buena medida dicho capítulo, pues mientras repasamos las líneas y el recuerdo de una anterior lectura, de pronto empezamos a realizar un estudio comparado con la Francmasonería moderna ¡de nuestros días!, la que nos está tocando vivir, ni más ni menos.
Las negrillas son cortesía de quienes esto escriben, pero nos servirán para que al final de la transcripción, hagamos un listado en el que, cualquier parecido entre las masonería de siglos pasados y la actual, son eso ¡pura coincidencia!...
 
“Desaparecida la mano dura de Napoleón I, la masonería moderna adopta opciones políticas muy claras y quiere asegurar el pleno desarrollo de los valores democráticos y republicanos. El <<libre pensamiento>> en todas sus formas se convierte en el género más valioso, y la masonería pequeño-burguesa toma a menudo el aspecto de una oficina de empleo de funcionarios o de un superpartido de izquierdas que lucha mano a mano con la Iglesia. Esta masonería encuentra sus títulos de gloria en la creación de la Liga de la Enseñanza o de la Sociedad de Naciones; entre sus hombre célebres cuenta con el escultor Bartholdi, los escritores Erckmann y Chatrian y el positivista Litrré. Sería inútil hacer más larga la lista, pues las tendencias estéticas, literarias o filosóficas de la masonería moderna se basan esencialmente en la Razón y el Progreso, valores muy secundarios como tales en la antigua masonería.
El siglo XIX masónico es también el de los grandes discursos pomposos en el que se exalta una total fraternidad entre los hombres, se reclama una sociedad republicana y liberal. Las reuniones masónicas, llamadas <<sesiones>>, son sin embargo cada vez más descuidadas; a veces se abandonan el delantal, se simplifican los rituales vaciándolos de su sustancia simbólica. Hecho sintomático, el propio Gran Oriente debe recordar a sus miembros que es necesaria cierta dignidad en estas reuniones. Innegablemente, hay pérdida del espíritu iniciático en la mayoría de los talleres; basta con releer esta frase de Bédarride, escrita en 1929, para comprobarlo: << ¿No emplea la química símbolos para anotar la identidad de los cuerpos y sus combinaciones? ¿Y no es el álgebra un simbolismo? >>. A esta confusión del signo y símbolo esotérico, se añade una pobreza intelectual debida al positivismo. En un ritual del segundo grado, se introducían frases de tipo <<la inteligencia tiene su sede en el sistema nervioso cerebro-espinal>>, que, por fortuna, se suprimieron más tarde. Cuando el masón simbolista Oswald Wirth empleó el viejo término de <<arte real>> para caracterizar la vida espiritual propia de la masonería, se le hizo observar sin miramientos que la expresión debía desdeñarse a causa de su carácter antirrepublicano.
La masonería moderna se aferra especialmente a dos ideas-fuerza, la igualdad y la fraternidad. Gustave Bord pensaba que la masonería desparecería de inmediato si se acababa con la primera; sin embargo, los rituales tradicionales expresan claramente la necesidad de una jerarquía iniciática en la que la igualdad no existe. Ponen de relieve, más bien, la identidad divina de todos los humanos, precisando que se diferencian por la práctica personal de la iniciación. Los historiadores de las religiones han demostrado perfectamente que una sociedad nunca es igualitaria, puesto que tiende a desarrollar la originalidad de cada uno de sus miembros en el seno de una vida comunitaria espirituales y políticos en el seno de las ligias, y el masón Lantoine pudo advertir, en 1926: <<La democratización de la francmasonería ha hecho bajar su nivel intelectual y, por consiguiente, ha disminuido su autoridad y ha comprometido su influencia. >>
La fraternidad, en el marco de la sociedad del siglo XVIII, era una innovación; el burgués y el noble se llamaba <<hermano>> y derriban así las barreras sociales. El poema del masón Rudyard Kipling llamado “La logia madre” es ciertamente el texto que mejor expresa el ideal de una fraternidad efectiva:
 
Estaba Rundle, el jefe de estación,
Beaseley, de vías y obras,
Ackman, de intendencia,
Donkin, de la prisión,
y Blacke, el sargento instructor…
Estaba también Bola Nath, el contable,
Saul, el judío de Aden,
Din Mahamed, de la oficina del catastro,
el señor Chucherbutly, el sick,
y Castro, de los talleres de reparación,
que era católico romano…
y charlábamos con el corazón en la mano de religiones y otras coas, remitiéndose cada uno de nosotros
al Dios que mejor conocía
uno tras otro, los hermanos tomaban la palabra,
y nadie se agitaba…
fuera, se decían: <<Sargento, Señor, Salud, Salam>>,
dentro, era: <<Hermano>>, y estaba muy bien así…
 
A este respecto, puede evocarse también una anécdota que pone en escena al Presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, y a Root, su secretario de Estado. El Presidente pregunta a éste cuánto tiempo hace que se relaciona con las logias. <<Mucho>>, responde Root. <<Pues bien>>, dice Roosevelt, <<vayamos esta noche a mi logia, hay un excelente Venerable; es el jardinero de mi vecino>>. Sin embargo, no todo era tan idílico como podría suponerse; en Europa, varias obediencias masónicas prohibieron a los judíos la entrada en los templos y otros sólo los recibían con reticencias. En los Estados Unidos, los negros fueron mantenidos al margen y se agruparon en una obediencia particular, Príncipe Hall. Además, la fraternidad predicada por la masonería moderna permanece, con excesiva frecuencia, en el nivel de la sensibilidad más elemental y carece de fuerza creadora; la calidad de una fraternidad, según las cofradías antiguas, depende siempre de la calidad de la vía iniciática. Cuando ésta se empobrece, la fraternidad ya sólo es un vínculo emotivo de extremada fragilidad.
Algunos problemas, desconocidos para la masonería antigua, marcaron el destino de la masonería moderna, como el de los altos grados. Estos fueron el resultado de iniciativas individuales, cuando algunos masones pensaron que la constitución de las logias <<azules>>, correspondientes a los tres primeros grados de aprendiz, compañeros y maestro, carecía de coherencia y de seriedad. A partir del siglo XVIII, los sistemas de <<altos grados >> pulularon, yendo de siete grados a noventa. Creados, en su origen, para <<purificar>> la masonería y organizar talleres donde los miembros fueran cuidadosamente puestos a prueba, los <<altos grados>> se convirtieron rápidamente en ocasión para distribuir honores y títulos rimbombantes. El mayor infantilismo se dio allí libre curso y numerosos masones consideraron que estos <<altos grados>> eran una desviación fundamental con respecto al ideal iniciático de la Orden. Para Oswald Wirth, por ejemplo, la plenitud masónica es conferida por los tres primeros grados tradicionales. Por lo que se refiere al masón Marius Lepage, consideraba que los <<altos grados >> preservaban elementos interesantes en el plano histórico e intelectual, pero, escribía, <<no son en modo alguno una “iniciación”. La jerarquía de los 33 grados del escocismo puede ilusionar (…). Es simplemente una jerarquía administrativa. La masonería iniciática tradicional está completa con los tres primeros grados>>. Esta cuestión sigue de actualidad, y el porvenir de la masonería moderna dependerá, en parte, de la actitud que adopte frente a los <<altos grados>>.
Si los <<altos grados>> ponen en cuestión la propia estructura del simbolismo masónico, la calidad del reclutamiento condiciona su existencia. Hemos visto ya que era muy severo en los períodos antiguos, cuando los maestros exigían a los neófitos las más diversas competencias. Se trataba de formar constructores capaces de aplicar las más severas reglas de vida; con la masonería moderna, no tenemos ya objetivo precioso, se acabaron, pues, los criterios de reclutamiento definidos con rigor. Ya en 1745, encontramos esta frase <<Se ha admitido en la dignidad de Compañero y de Maestro a gente que, en logias bien reguladas, no hubieran tenido las cualidades requeridas para ser hermanos sirvientes>>. Los Grandes Maestros del siglo XVIII ilustran, desgraciadamente, ese estado de hecho, pues el brillo de su cuna prevalecía sobre su valor iniciático. Se nos dirá, claro está, que la masonería moderna necesitaba protecciones y que sólo podía encontrarlas en la persona noble bien situados en la corte. Durante el siglo XIX, el reclutamiento no mejora; algunos masones llegan a hablar de logias donde se refugian inadaptados sociales y Lantoine evoca a los <<incultos imperfectibles a quienes enorgullece llevar su cordón>>.
La estricta aplicación de los tres primeros grados habría permitido evitar esa dificultades; la <<promoción>> de los masones era demasiado rápida, a falta de una enseñanza esotérica que hubiere permitido distinguir el buen grano de la cizaña. A mediados del siglo XVIII, se es Maestro en unos pocos meses, sin haber dado la menor prueba de aptitud para tan importante función. La masonería moderna practica la promoción por antigüedad, lo que desemboca en esta cruel descripción hecha por una pluma masónica: <<La libertad puntillosa de la jerarquía y de los jóvenes de ochenta primaveras dictan la ley en los talleres superiores. Es penoso comprobar la cantidad de odio y rencor que emana de una asamblea de vejestorios, sobre todo cuando son barbudos>>. Ese cuadro poco atractivo de la masonería del siglo XIX es ensombrecido, más aún, por las votaciones basadas en la mayoría, que los masones medievales habían rechazado siempre. Indiscutiblemente, ese tipo de sufragio es perjudicial para una auténtica fraternidad, puesto que un postulante puede entrar en una logia contra la opinión de una minoría de masones que espiarán su menor paso en falso.
Podríamos citar numerosos textos masónicos que se lamentan de la pobreza de los trabajos que se alejan del simbolismo fundamental de la Orden. El análisis del masón Maréchal, redactado en 1914, es uno de los mejores realizados: <<Demasiados talleres>>, escribe, <<se entregan a trabajos puramente profanos y que ni siquiera tienen la ventaja de presentar alguna superioridad en el campo que les es propio; demasiados hermanos incompetentes y suficientemente dotados de medios oratorios, dan conferencias o charlas sobre cuestiones o problemas que no conocen o conocen poco, lo que tiene como resultado engañar a los ignorantes, indisponer o, incluso, disgustar a los demás. Algunas logias, muy a menudo reducidas al papel de escuelas nocturnas o de comités, hacen perder a la masonería –o impiden que llegue a ella- gran parte de la elite intelectual>>. Esos trabajos huecos e inútiles son sólo consecuencia de una desviación que René Guénon expresaba en estos términos en un artículo fechado en 1910: <<Lo lamentable, sobre todo, es tener que comprobar, demasiado a menudo, en gran número de masones, la completa ignorancia del simbolismo y de su interpretación esotérica, el abandono de los estudios iniciáticos son los que el ritualismo ya sólo es un conjunto de ceremonias viciadas de sentido>>.
Si podíamos afirmar que la antigua masonería era una sociedad iniciática coherente, es imposible dar una única definición de la masonería moderna, en la que cohabitan, a trancas y barrancas, varias corrientes muy distintas. Esta masonería es una especie de partido político que ama el positivismo, el progreso, el socialismo en el sentido más amplio del término y las teorías sociológicas a base de humanismo; según Armand Bédarribe, que fue dignatario del Gran Oriente, la francmasonería <<puede contemplar, pues, con simpatía, las formas políticas y sociales que tienden hacia el máximo de libertad y el mínimo de gobierno>>. Esta posición puede arrastrar a la Orden hacia cierto tipo de <<sindicalismo>>; el mismo autor proseguía: <<Sería un error creer que el espíritu masónico y el espíritu sindicalista no tienen ningún punto de contacto; basados en la concepción de asociación, se comunican por el canal al aire libre de las ideas proudhonianas y por un común interés por la cultura de los hombres en la solidaridad>>.
Otros masones desean convertir su cofradía en la más perfecta de las escuelas de humanismo, esperando ante todo favorecer el desarrollo cultural y social del individuo. Semejante <<sociedad>> de pensamiento no vacila en dar <<clases nocturnas>> para laicos que desean abrir su inteligencia a cualquier tipo de problema humano, en compañía de hermanos del todo dispuesto a instruirles. Se llega a veces a logias <<especializadas>> que sólo incluyen abogados, médicos o policías.
Para otros, también, la masonería podría ser una especia de iglesia en la que se unen algunos hombres que creen profundamente en su perfectibilidad. A esos masones, que son auténticos creyentes, les gustaría mantener las más amistosas relaciones con las demás Iglesias. Topan sin embargo con críticas de fondo de la jerarquía católica; se trata, en primer lugar, de un deseo de Conocimiento absoluto de los misterios de la vida y, en segundo lugar, de una voluntad de poder obtenido por <<medios esotéricos>>. Este conflicto, que duró durante todo el siglo XIX, se apacigua en la actualidad. Los masones que tienen fe en su Orden han abandonado el anticlericalismo sumario y la Iglesia conoce mejor los principios básicos de la masonería. Es preciso reconocer que la <<Iglesia masónica>> del siglo XVIII era sólo una capilla de privilegios y que la del siglo XIX y comienzos del XX reunía, más bien, un partido doctrinario que deseaba expulsar de sus templos cualquier pensamiento religioso.
Finalmente, existió en la masonería moderna una corriente iniciática que reunió las enseñanzas de los alquimistas, los rosacruces, los cabalistas, los templarios y todas las organizaciones iniciáticas de las que hemos hablado en la primera parte de esta obra. Sus adeptos, aunque en un número muy reducido durante los siglos XVIII y XIX, consiguieron salvaguardarlo a pesar de todos los peligros que lo s asaltaron. <<La francmasonería>>, escribía Lessing en sus Diálogos masónicos de 1778, <<no es algo arbitrario, superfluo, sino una necesidad de la naturaleza humana y una necesidad social. Así debe ser posible descubrirla tanto por una búsqueda personal como por indicaciones recibidas de otros. Siempre ha existido>>.
Establecido este rápido balance del pasado de la masonería moderna, volvámonos hacia el presente de la cofradía e intentemos situar las opciones masónicas en el marco del mundo actual, citando algunos criterios de las principales obediencias contemporáneas. “
JACQ, Christian, “La masonería, historia e iniciación”, Ed. Martínez Roca, S.A. (mr Dimensiones), España, 2004, pp. 222 a 229, ISBN: 84-270-3023-1
 
…Y A MANERA DE CONCLUSIONES:
La Masonería tiene el aspecto de una oficina de empleo de funcionarios o de un superpartido de izquierdas
En la Masonería solemos escuchar  grandes discursos pomposos en el que se exalta una total fraternidad entre los hombres, se reclama una sociedad republicana y liberal
Las reuniones masónicas, llamadas <<sesiones>>, son sin embargo cada vez más descuidadas; a veces se abandonan el delantal, se simplifican los rituales vaciándolos de su sustancia simbólica   / ¿es necesaria cierta dignidad en estas reuniones?
En los trabajos masónicos existe una confusión del signo y símbolo esotérico, se añade una pobreza intelectual debida al positivismo
La democratización de la francmasonería ha hecho bajar su nivel intelectual y, por consiguiente, ha disminuido su autoridad y ha comprometido su influencia
La masonería moderna permanece, con excesiva frecuencia, en el nivel de la sensibilidad más elemental y carece de fuerza creadora; la calidad de una fraternidad, según las cofradías antiguas, depende siempre de la calidad de la vía iniciática. Cuando ésta se empobrece, la fraternidad ya sólo es un vínculo emotivo de extremada fragilidad
Los <<altos grados>> se convirtieron rápidamente en ocasión para distribuir honores y títulos rimbombantes /   ponen en cuestión la propia estructura del simbolismo masónico
El acceso a la masonería era muy severo en los períodos antiguos, cuando los maestros exigían a los neófitos las más diversas competencias. Se trataba de formar constructores capaces de aplicar las más severas reglas de vida; con la masonería moderna, no tenemos ya objetivo precioso, se acabaron, pues, los criterios de reclutamiento definidos con rigor
La <<promoción>> de los masones era demasiado rápida, a falta de una enseñanza esotérica que hubiere permitido distinguir el buen grano de la cizaña / se es Maestro en unos pocos meses, sin haber dado la menor prueba de aptitud para tan importante función
La masonería moderna practica la promoción por antigüedad, lo que desemboca en esta cruel descripción hecha por una pluma masónica: <<La libertad puntillosa de la jerarquía y de los jóvenes de ochenta primaveras dictan la ley en los talleres superiores. Es penoso comprobar la cantidad de odio y rencor que emana de una asamblea de vejestorios, sobre todo cuando son barbudos>>
¿Será cierto que numerosos textos masónicos que se lamentan de la pobreza de los trabajos que se alejan del simbolismo fundamental de la Orden?
Algunos masones se entregan a trabajos puramente profanos y que ni siquiera tienen la ventaja de presentar alguna superioridad en el campo que les es propio; demasiados hermanos incompetentes y suficientemente dotados de medios oratorios, dan conferencias o charlas sobre cuestiones o problemas que no conocen o conocen poco, lo que tiene como resultado engañar a los ignorantes, indisponer o, incluso, disgustar a los demás
Algunas logias, muy a menudo reducidas al papel de escuelas nocturnas o de comités, hacen perder a la masonería –o impiden que llegue a ella- gran parte de la elite intelectual
Lo lamentable, sobre todo, es tener que comprobar, demasiado a menudo, en gran número de masones, la completa ignorancia del simbolismo y de su interpretación esotérica, el abandono de los estudios iniciáticos
¿Será verdad que los masones que tienen fe en su Orden han abandonado el anticlericalismo sumario y la Iglesia conoce mejor los principios básicos de la masonería?
 
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